lunes, 5 de septiembre de 2011

Nocturna en bolas en la Bola

Hacía tiempo que queríamos hacer algo diferente. Se propuso ver amanecer en la Bola del Mundo, y como no estamos locos, el 17 de julio, allá nos fuimos.

A la una de la madrugada ya estaba el colorao en la puerta de mi casa. ¡Qué raro se hace eso de montar las bicis en el coche a esas horas!. Recogemos en Magán a Jacobo, más bien conocido como Hijo de Caín, o del Averno, según gusten algunos. Caras de guasa en la gente: "Y estos, ¿dónde van a estas horas?". Y eso que últimamente se ha puesto de moda hacer rutas de noche.
Ya en Cercedilla, el viento bate los árboles y nos hace pensar que tiene que hacer un frío del carajo. Bajamos del coche, unos 20 grados marca el termómetro de mi cuentakilómetros. "Bueno, no hace tanto frío" comenta alguien.
La subida por el Calvario la han dejado como una autopista hasta la parte final, donde las piedras y la pendiente hacen que más de una vez tengamos que descabalgar (eso, y que no estamos finos, jejeje).

Ya en el Puerto de Navacerrada, tengo la impresión de que estamos en una película de miedo. La niebla, la luz amarillenta de las farolas, los edificios sacados de la antigua URSS, la soledad, el sonido del viento... hacen que parezca que hayamos retrocedido en el tiempo.

Llegamos a la Venta Arias, con su termómetro marcando 13 grados. El frío de momento no nos inquieta. Aunque vamos en manga corta, subiendo no lo notamos.
Comenzamos la subida a la Bola, con sus duras rampas, aunque el hormigón del piso hace que sea más llevadero. Abajo, en el valle, se ven las luces de las casas, y uno presiente el calorcito que deben sentir sus habitantes metidos en la cama.

Arriba, el viento es insoportable. El frío se cala en los huesos facilitado porque vamos en manga corta, casi en bolas, y empezamos a pensar que el amanecer lo vamos a tener que dejar para otro día. El edificio da la misma sensación que abajo en el puerto, parece sacado de la serie "Perdidos". Dentro, una luz. Nos dan ganas de llamar a ver si nos dejan calentarnos un rato. Pero pensamos que es una tontería, y nos acurrucamos en un rincón, donde comemos un donuts y echamos unas risas a cuenta del Colorao, que parece que está en la puerta de una disco después de haberse pasado con la priva.

Sin tiempo que perder, bajamos entre la niebla hacia el Puerto, huyendo de los 8 grados que hay arriba. En poco tiempo, de nuevo en el Puerto, donde el Colo y HDC se colocan papel de los manteles de la Venta al estilo de los viejos ciclistas.

Bajando por el Whistler, el amanecer muestra colores que no se ven a las dos de la tarde, cuando los Mahous nos llaman con insistencia. Esta vez, nos llaman las porras con cola-cao, de las que damos buena cuenta en el pueblo de Navacerrada.

Una aventura que sin duda hemos de repetir, sin cometer los errores de novato que nos han acompañado en esta primera subida nocturna a la bola.

Proximamente, el vídeo...

domingo, 28 de febrero de 2010

Bendita locura

Puede parecer que cruzar un río que te llega al cuello es una locura. Y más aún si se hace con la bici. Pero más locura es ahogar nuestras vidas día tras día en una rutina que parece no tener fin.

Es esa locura el aliciente de esta vida. Puede que nos jugásemos la vida, quién sabe lo que hubiera pasado si la corriente nos hubiese arrastrado. Pero en ningún momento tuve conciencia de ello. Todo lo contrario, como se puede escuchar en el vídeo, mi reacción cuando me escurro por el fango y me meto hasta el cuello, es reirme. Reirme de mí mismo, de la situación, de la locura que nos había llevado hasta allí.

Lo único que puedo decir es que me lo pasé en grande, que me reí como hacía tiempo no lo hacía.

Cuando llegamos al río y vimos como iba, la locura se apoderó de nosotros. He de decir que normalmente no lleva tanta agua, apenas un reguero, pero en ese momento estaba soltando agua la presa. Alfonso no se lo pensó, y rápido lanzó las zapatillas al otro lado. En ese momento la risa nos invadió, y más aún cuando empezó a cruzar el río y la corriente se lo llevaba. Fue apoteósico, se nos partía el pecho de reírnos. No de Alfonso, sino de la situación, de una situación que no habíamos buscado, ¿o sí?.

Quién sabe, lo único cierto es que lo pasamos genial, y que son momentos como éstos los que hacen que la vida salga de la rutina diaria.

Podéis ver el vídeo aquí:

Los Explorer en Remojo from Explorer Video on Vimeo.

domingo, 7 de junio de 2009

Del Puerto de la Morcuera a la Hoya de San Blas.

A veces pienso en la banalidad de las cosas que tenemos. Nos pasamos media vida comprando cosas, pensando que esto o aquello nos dejará definitivamente satisfechos. Pero lo realmente importante es alimentar el alma, el interior de uno mismo. Se puede hacer de múltiples maneras. Una de ellas, es montando en bici.



Con la idea de alimentar el alma y huir del tedio del día a día, me metí anoche en Wikiloc. No tenía claro dónde quería ir.

Recordando aquellos lugares que me han hecho sentir bien al acabar la ruta, vino a mi mente un lugar que es sorprendente: La Hoya de San Blas. Pero cuando subía a este magnifico mirador, donde en los días despejados se ve perfectamente la silueta de Madrid, la ruta me parecía corta. Bendito invento el GPS, gracias al cual en Wikiloc he encontrado una ruta que colmaba mis necesidades: Soto del Real-Puerto de la Morcuera-Hoya de San Blás-Soto del Real. Y si además hay senderitos, pues mejor que mejor.

La subida desde Soto del Real al Puerto de la Morcuera no la había hecho nunca. En mi época de estudiante, cuando los viernes no tenía clase, la hacía desde Miraflores. Es bastante parecida, porque llega un momento en que ambos caminos se unen. Subida con alguna rampa dura y tramos con piedras sueltas, entre pinares y robles. Hasta que llegas a la carretera, a dos kilómetros del puerto.



Pero una vez en el puerto, con el subidón de haber llegado hasta allí, empieza lo mejor. Un sendero que sale a la izquierda antes de llegar al cartel que indica lo alto paso montañoso, hace las delicias de los amantes de los single-track. Bajada rápida, que en algunos tramos, en esta época, los arroyos invaden el camino, y algún tramo con una buena caída hacia la izquierda, hacia el fondo del valle.











Finalizado el sendero, se sale de nuevo al camino de subida, para al poco tiempo desviarnos por un camino, que llano o en ligera subida, nos lleva a otro sendero bien divertido, sin apenas dificultad técnica, que en poco tiempo nos dejará en la subida final a la Hoya de San Blas, a 1450 metros de altura. El mirador de la Hoya, es un buen lugar para aparcar la bici y relajarse ante la inmensidad de la llanura. A lo lejos, las torres de la prolongación de la Castellana. Qué lejos están, y a la vez tan cerca. Lugar de encierro de oficinistas, que ven pasar la vida encerrados entre cristales.



Desde la Hoya, volviendo sobre nuestros pasos, al poco comienza un sendero que es espectacular. La última vez que lo hice, los troncos serrados estaban en mitad del camino, pero hoy no ha sido así. Ha sido increíble. Tramo rodable de 50 cms de ancho, con una longitud en algunas rectas de 200 o 300 metros, suficiente para llegar a velocidades de impresión. Y al final de la recta, una zeta que te hace frenar para ajustarte al ángulo de la curva, que no siempre es posible conseguir. A todo esto, pocas piedras. Bajada disfrutona total, apta para todos los públicos.







Y desde aquí, en el fondo de la depresión de la Hoya, en apenas unos minutos estamos en Soto del Real.

Esta ruta me ha dejado una muy buena impresión. Si, he alimentado el alma, lo suficiente para aguantar hasta la próxima salida.

Piensa menos, monta más.

domingo, 25 de enero de 2009

En estos días...

Estos días de tanto viento desconciertan a uno. No sabes qué hacer. ¿Salgo? ¿No salgo?

El viernes salí. El viento tumbaba la bici, pero me daba igual. Estaba disfrutando como un crío. No todos los días se tiene la oportunidad de salir a montar con este viento. Eso de que te frene la bici cuando viene en contra es algo digno de sentir. Y cuando lo tienes a favor... ¡Qué gozada!
Pero lo mejor de la salida fue el final. Pegué un frenazo brusco, descabalgué y me tumbe en una pradera cerca de casa. A tomar por saco todo. Qué sensación, qué tranquilidad, qué placer. Sentir el fuerte viento a tu alrededor, el batir de las ramas de los olivos... ¡Qué no se acabe el viento!

Bueno, si, que se acabe, que un rato es divertido, pero hoy es domingo y entre el viento y la lluvia no se ha podido salir, y eso ya no mola tanto.

Hice 15 kilómetros, con el viento unas veces a favor y otras en contra, y me gustó mucho. Quizá tenemos el viento demonizado, cuando tampoco es tan malo.

Lo peor de la salida ha sido ver que han cortado la ruta del quijote por las obras. Y, claro, yo no me iba a dar la vuelta, asi es que ahí estaba yo, entre los pedazo de camiones. Por un momento me he sentido como Don Quijote con los molinos. En fin, hay que buscarle el lado divertido a las cosas.

Ya sabéis: nieve, haga viento, llueva... No dejéis de montar. Todo tiene su lado divertido.

jueves, 11 de diciembre de 2008

Allí donde me recreo

Hay lugares dónde uno se siente bien, dónde le gustaría pasar la mayor parte del tiempo posible.

Para mí, ese sitio es el Valle del Lozoya. Hay una infinidad de lugares, de rincones llenos de belleza, y poder recorrer esos lugares con nuestra montura puede llegar a ser una experiencia inolvidable.

Una semana de abril de 2005, un día de diario, sin otra cosa que hacer que dejarme llevar por el fondo del valle. Aventura o desventura, quién sabe. Setenta kilómetros, dos mil ochocientos metros de desnivel acumulado. Era algo que llevaba tiempo queriendo hacer: Me proponia subir a Cotos desde Rascafría, para bajar a la Graja, subir al puerto de Malagosto y volver a bajar a Rascafría.

La ruta es una sucesión de imágenes, de momentos en que el esfuerzo o la concentración dejan pasos a miradas fugaces sobre el paisaje, sobre algo concreto.

Comienza la ruta en El Paular. Sendero arriba, está la vieja central eléctrica, hoy abandonada, aunque conserva parte de la maquinaria que en su día sirvió para dar luz a los habitantes del valle. Sin duda un lugar mágico, o al menos lo era cuando de niño iba allí.

De Ruta Rascafría-Cotos-La Granja-Malagosto-Rascafría


Como también lo son los grandes tubos que atraviesan el camino. Cuántas veces me imaginé introduciéndome por él y deslizándome por su interior, como si se tratase del tobogán de un parque acuático.

De Ruta Rascafría-Cotos-La Granja-Malagosto-Rascafría


El sol se filtraba entre las ramas de los árboles, buscando el frío aluminio de la bici, haciendo que los verdes fuesen más intensos.

De Ruta Rascafría-Cotos-La Granja-Malagosto-Rascafría


Y de repente, el valle se abre, mostrándonos un paisaje impresionante.

De Ruta Rascafría-Cotos-La Granja-Malagosto-Rascafría


Y por entre los árboles, en el horizonte del camino, se pueden ver ya las Cabezas de Hierro, con las últimas nieves de la primavera, que se resisten al incipiente calor estival.

De Ruta Rascafría-Cotos-La Granja-Malagosto-Rascafría


No creo que la subida el Puerto de Cotos sea de las más duras que hay en la sierra, pero el último kilómetro antes de llegar al tramo no ciclable hacen que aprietes los dientes y el molinillo sea tu nuevo compañero de viaje.

De Ruta Rascafría-Cotos-La Granja-Malagosto-Rascafría


La cuesta empedrada no ciclable es como un coitus interruptus: vas pedaleando en perfecta armonía con tu bici, y de repente, debes bajarte, así, bruscamente, rompiendo esa perfecta sincronización de movimientos que te permiten mantenerte en equilibrio.

De Ruta Rascafría-Cotos-La Granja-Malagosto-Rascafría


Después de la ruptura, llega de nuevo la unión, y esta vez debe ser perfecta, para poder discurrir por el sendero que a media ladera busca la cabecera del valle, pasando por lugares de indiscutible belleza, crecidos por el brío que les da la primavera.

De Ruta Rascafría-Cotos-La Granja-Malagosto-Rascafría


De Ruta Rascafría-Cotos-La Granja-Malagosto-Rascafría


Y por fín, el Puerto de Cotos, con sus 1800 metros de altura, lugar de esparcimiento de muchos madrileños, puerta de entrada a la estación de Valdesquí.

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Y como no, el vigilante de todo el valle, el Peñalara, memorable lugar de indescriptible belleza.

De Ruta Rascafría-Cotos-La Granja-Malagosto-Rascafría


Desde Cotos toca bajar. Pero no se baja a un lugar cualquiera. Abajo nos esperan los pinares de Valsaín. ¡Qué bien huelen los pinos, cuando el sol los calienta! Este tramo discurre por asfalto. Increíble lugar, mágico. Si, hay pinos cortados a los lados del camino, pero es preferible pensar que esta atrocidad está controlada.

De Ruta Rascafría-Cotos-La Granja-Malagosto-Rascafría


Después del discurrir unos kilómetros por el fondo del valle, se llega a Valsaín. Viendo los caballos que pastan en las praderas, me surge la pregunta: ¿será feliz aquí este animal? ¿Dónde si no? Sin duda, le debe provocar pavor mi montura metálica.

De Ruta Rascafría-Cotos-La Granja-Malagosto-Rascafría


Abandono la Granja de San Ildefonso. De nuevo debo atravesar la cuerda de montañas que separan Segovia de Madrid, y buscar el puerto por el que el Arcipreste de Hita cruzaba. El Puerto de Malagosto o de Malangosto. Asi pues, de nuevo toca subir.

De Ruta Rascafría-Cotos-La Granja-Malagosto-Rascafría


Es una subida larga.

De Ruta Rascafría-Cotos-La Granja-Malagosto-Rascafría


Antes de llegar al mencionado puerto, nos encontramos con algo desconcertante: una cabaña de un ermitaño. Ahí, a más de 1600 metros de altitud, tan lejos de todo, tan cerca de lo amado. ¿Cómo podría alguien haber vivido aquí? Pero quizá la pregunta deba ser otra: ¿cómo podemos vivir nosotros tal como lo hacemos?

De Ruta Rascafría-Cotos-La Granja-Malagosto-Rascafría


Voy meditando sobre este y otros temas, hasta que me doy de bruces con el alto del puerto. Las fuerzas escasean, pero ahora toca bajar.

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Desde lo alto del puerto se puede ver el fabuloso valle del Lozoya, con su embalse y ese pueblo que desde lo alto parece un puerto de mar, Lozoya del Valle.

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"Yo no estoy preparada para esto". Quizá fuesen alucinaciones, pero eso me pareció oir decir a mi querida compañera de aventuras cuando vio el panorama.

De Ruta Rascafría-Cotos-La Granja-Malagosto-Rascafría


Tuvimos que pasar por ese trance los dos de la mano, sujetándonos para no irnos ladera abajo.

Pero poco a poco, y con cuidado, conseguimos dejar atrás este mal paso.

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La bajada es algo que por lo general gusta, y más cuando es un camino ancho por el que solo hay que dejarse llevar. Pero creedme, en aquel momento yo ya llevaba 2.800 metros de ascensión en las piernas, y no tenía fuerzas ni para frenar. En realidad creo que no estaba preparado para hacer la ruta. Pero cuando te gusta tanto la sierra, amas tanto esos lugares, la razón queda en un segundo plano.

Y tras pasar una de las curvas de la bajada, lo ví. Allí estaba el monasterio, mi coche, el final. ¡Lo había conseguido! Tantas horas encima de la bici, tanto sufrimiento, pero ¡tanto placer!

De Ruta Rascafría-Cotos-La Granja-Malagosto-Rascafría


Y este es el aspecto que se le queda a uno después de meterse tal paliza para el cuerpo. Estoy deseando repetir...

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viernes, 16 de mayo de 2008

Montes de Toledo: D.O.

El pasado sábado estuve de ruta por los Montes de Toledo. Aconstumbrado a la Sierra de Madrid, puede que sea lo más parecido a ésta que hay por esta zona, aunque tiene algo de salvaje que le falta a aquella, quizá sea el que no te encuentras a nadie en sus caminos.
La libertad es algo que el ser humano de hoy en día echa en falta, quizá porque apenas tenemos tiempo para nosotros mismos. Y es en los ratos en que uno agarra la bici y pedalea con rabia, cuando realmente nos sentimos libres.



El día amaneció nublado. Era de esos días en que asomas la cabeza por la ventana cuando te levantas y te dices: "Puff, ¿qué hago, me levanto o sigo durmiendo?" Pero tenía ganas de libertad, ganas de esforzarme, ganas de completar una ruta que había diseñado para el GPS y que iba a suponer 60 kms, con 1300 metros de ascensión acumulada, un reto para alguien que llevaba como 4 meses sin hacer algo así.

Asi es que me dirigí a Ventas con Peña Aguilera, lugar de inicio de la ruta. El comienzo de la misma es divertido, una zona rápida para llegar a un sendero que debe tener unos 6 kms.



En el sendero reina el silencio, sólo roto por los animales que se cruzan y rompen a volar cuando te acercas.



No sé calcular los años que debe tener este camino, pero debe ser bien antiguo, como muestra este puente, que da nombre al camino.



A partir del puente el camino se ensancha un poco. Quizá porque tiene un mayor uso ganadero, aunque no dura mucho. De nuevo vuelve a estrecharse, con subidas y bajadas cortas, hasta llegar al río, que en estas fechas lleva bastante agua, asi es que bici al hombro y a cruzarlo, por estas enormes piedras.



Tras cruzar el río, se entra en la Cañada Real Segoviana, que sin más complicación, nos llevará al Puerto del Marchés, paso natural entre la provincias de Toledo y Ciudad Real. El camino es frecuentado por las vacas, que campan a sus anchas, como debe ser. No se meten con nadie, aunque asusten con sus enormes cuernos.
Una carreta abandonada en el camino me dice que no soy el único que ha sufrido las cuentas de estos lares.



En realidad el puerto es una subida corta, pero realmente dura, con fuertes pendientes, sobre todo al final, donde mantenerse sobre la bici es más una prueba moral que física.



Pero el sufrimiento es pasajero, y al final, andando o montado, se llega al final. Pensaba bajar por la cañada, pero no pude resistirme a una bajada espectacular que se cruzó en mi camino.



Ya estoy en el lado de Ciudad Real, y presiento que pronto va a empezar a llover.



Empieza a chispear. No es muy molesto, pero aun me queda bastante para llegar al coche y estoy empezando a preocuparme. Para colmo, en la bajada el pedal se ha golpeado con una piedra, la cala de la zapatilla no encaja. Me deben quedar 30 kms.



Se acaba la parte de la ruta que transcurre por Ciudad Real, tan cerca de Cabañeros, y hay que volver a cruzar los montes para regresar a Toledo. La subida empieza por asfalto, pero al poco hay que coger un camino, que del poco uso está desapareciendo. Las cuestas ya me pesan demasiado, y en algunos tramos, los más pendientes, tengo que bajarme de la bici.



Pero las vistas hacen bueno cualquier esfuerzo.



A la vista ya está el puerto, cerca del Cerillón, que está en el mismo cordel que el Puerto del Marchés.



La idea después de coronar el puerto es rodear el Cerillón, para bajar y encontrarme con la Cañada que me llevará al Puerto del Milagro. La lluvia empieza a hacerse fuerte, pero el sendero por el que voy hace que todas las penas no lo parezcan.



Pero el día no podía ser perfecto, y ya en la bajada me encuentro con una valla que tengo que saltar, con lo que ello supone, y más teniendo que pasar la bici por encima. Tras saltarla y bajar un poco campo a través, me encuentro con un camino que pasa junto a una casa. Salvado me digo, pero al poco de estar bajando me encuentro con una puerta. Por suerte, ésta no está cerrada. Menos mal. Ya me encuentro en la Cañada, y de ahí al Puerto del Milagro hay poco. Pero la lluvia cae con fuerza, y el camino ya empieza a tener charcos importantes.



De aquí al punto de partida apenas hay 20 minutos y cuesta abajo o llaneando.

El día ha sido duro. Llevaba tiempo sin meterme 60 kms para el cuerpo, con 1200 metros de desnivel. Lo malo del día ha sido la maldita valla. Pero que me quiten lo bailao.

Tendré que repetir, para intentar completar la ruta sin saltar ninguna valla.

A veces me pregunto: ¿por qué repetimos una y otra vez, si sabemos que vamos a sufrir?